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domingo, 30 de enero de 2011

Le rodeé el cuello con los brazos. Me sentía extraña, porque no estaba en absoluto segura de saber hacerlo bien. Me puse de puntillas y al mismo tiempo le bajé la cabeza hasta que pude alcanzar sus labios con los míos.
Eso no habría funcionado con otra especia. Otras mentes no se dejaban dominar tan fácilmente por el cuerpo; sin duda, las otras especies tenían sus prioridades ordenadas según un criterio mejor, pero Ian era humano y su cuerpo respondió.
Aplasté mi boca contra la suya y le ceñí el cuello con más fuerza con los brazos. Sus labios se abrieron con los míos, entonces sentí un extraño estremeceimiento de triunfo ante mi éxito. Le atrapé el labio inferior entre los dientes y la sorpresa hizo brotar de su garganta un sonido grave, salvaje.
Y después de eso ya no tuve que esforzarme más. Ian me cogió por la nuca con una mano mientras la otra me ceñía la parte baja de la espalda, apretándome tanto contra él que me resultó difícil introducir aire en mis pulmones constreñidos. Yo jadeaba, pero él también cuando su aliento se mezcló con el mío. Noté mi espalda contra la pared rocosa; el cuerpo de Ian me aplastaba contra ella, acercándose aún más al mío. No había parte ninguna de mi cuerpo que no se hubiera fundido ya con una parte del de él.
[...]
Había fuego por todas partes, porque él estaba en todas partes. Sus manos se deslizaron por mi piel, quemándola. Sus labios saborearon cada centímetro de mi cara. La pared de roca se estrelló contra mi espalda de nuevo, pero no sentí dolor, porque ya no sentía nada, salvo el fuego.
Anudé las manos en su pelo, arrimándolo más a mí, como si fuera posible estar más cerca de lo que ya estábamos. Le envolví la cintura con las piernas, tomando el muro como punto de apoyo. Su lengua se enredó con la mía y no quedó parte alguna en mi mente que no fuera invadida por el deseo demencial que me poseía.
Mis puños se enredaron en la tela de su camiseta y tiraron hacia arriba. Sus manos me quemaron la piel de la espalda.
Sentí sus músculos del vientre bajo las palmas, porque mis manos estaban atrapadas, aplastadas en el espacio inexistente que había entre nosotros.
[...]
Sólo existíamos los dos, tan unidos que apenas contábamos por dos.
Sólo nosotros.
Nadie más.
Solos.



the host

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